Juego en la escuela

jueves, 7 de abril de 2016

¿Por qué nos llamamos así?

“El maestro de la escuela primaria ciertamente es el soldado nato y de vanguardia en el que la pedagogía encuentra su carne y sus huesos”
Luis F. Iglesias, Diario de Ruta

 Nos llamamos Grupo de Maestros Luis Iglesias en homenaje a ese gran maestro. Y son varias las razones:
  • Porque, en principio, su obra nos muestra que aún en condiciones sumamente desfavorables se puede enseñar y se puede aprender. Y no a medias, sino con profundo sentido liberador. Sus libros son antídotos contra el pesimismo imperante, contra la sensación de que la injusticia es más fuerte que la voluntad.
          Iglesias pudo transformar una situación muy compleja en una práctica luminosa y creativa. Y pudo hacerlo porque partió de un análisis de la realidad y de sus necesidades para, desde allí, actuar en consecuencia. Por eso vale para desbaratar cualquier excusa que nos lleve a la inacción.

  • Porque sus páginas nos brindan una teoría de enseñanza lejana al verbalismo académico, sin jergas difusas y alienantes. Es una teoría que vive en su práctica genuina y reflexionada, teoría que no es más que acciones traducidas en ideas y fundamentos, una elaboración producto de la reflexión sobre la tarea: “En mi experiencia no hay un solo concepto que no haya surgido de un meditado quehacer inserto en la relación entre maestro y alumnos”[1].

          Hay en las páginas de Iglesias una idea sobre qué es leer y cómo se enseña a leer, sobre la ciencia y el camino de su construcción, sobre la historia y su función política. Da entonces, de este modo, una concepción sobre el conocimiento, objeto de nuestro trabajo. Fundamenta así los modos en que el ser humano aprende la realidad, el papel de los sentidos, la función pedagógica del arte, la posición de la palabra…

  • Porque valora y engrandece pedagógicamente la solidaridad y la ayuda mutua. En su escuela todos aprenden de todos; todos reciben ayuda y la prestan a los demás. “Otra vez compruebo que lo que yo no podría enseñar sino a costa de muchas horas de ímprobos esfuerzos, de agotador desgaste individual, ellos lo enseñan y aprenden maravillosamente bien y en corto plazo, entre risas, charlas, cuentos”.
  • Porque concibe y sostiene una función para la educación: la escuela es transformadora de la realidad y la docencia es una forma de militancia social.

           Iglesias acepta, propone y fundamenta la no neutralidad del maestro: la definición política imprescindible y los riesgos que ella conlleva.

  • Porque su práctica muestra también una noción sobre los seres humanos, una concepción de sujeto, una idea de niño. Cómo Iglesias conoce y comprende a sus alumnos, nos ayuda a conocer y comprender a los nuestros, a pensar y buscar qué están diciendo cuando dicen, qué están haciendo cuando hacen. Obliga a valorar su experiencia para trabajar con ella, no contra ella ni para quedarse en ella. Es decir, nos enseña a esperarlos, pero haciendo, nunca de brazos cruzados. Ayuda a entenderlos en sus dificultades y proyectarlos en sus inmensas posibilidades.

          Por eso la práctica de Iglesias es humanista en sentido pleno, porque concibe al ser humano como un fin, como una integridad no fragmentaria, al igual que el conocimiento que puede elaborar.

  • Porque nos despoja de tradiciones irracionales e imposiciones perniciosas que arrastra la escuela. Como él dice: debemos liberarnos para liberarlos. Entre ellos está su lucha contra la identidad entre silencio y trabajo, contra el dibujo como carnada y camuflaje, contra la “pedagogía de los zancudos”, contra la corrección automatizada, contra la censura de la imitación y la copia, contra la reproducción mecánica de materiales estandarizados “a prueba de docentes”.

          Iglesias combate a cada paso de su tarea contra la idea del maestro como un técnico, un aplicador de recetas y artilugios diseñados más arriba.

  • Porque socializa y comparte su práctica, para difundirla pero sobre todo para enriquecer la propia y la ajena.
  • Y finalmente porque nos renueva constantemente el orgullo de ser maestros, de vivir apasionadamente esta tarea tan vapuleada e intencionalmente desprestigiada, pues al tiempo que nos muestra con certeza y con alegría todo lo que puede hacer la escuela, nos permite insertarnos en su tradición, ubicarnos humildemente como herederos de su legado, alcanzándonos una piecita de identidad que no se construye sin saberlo parte de nuestra historia.

 Para leer en “Diario de Ruta”.

Ver páginas:
·           Pp. 66-7: la educación en Rusia, junto a una cita de Lenin.
·           Pp. 95-6: el papel de la enseñanza de la historia en la formación revolucionaria y la función del maestro.
·           P. 197: sobre la corrección de trabajos. Ver también p.78 de Los guiones didácticos.
·           P.223: unidad del conocimiento,
·           8/6, 9/6: maravilloso resultado de una dirección clara en el hacer; intervenciones del docente.
·           25/6: intervenciones didácticas del maestro.
·           1/7: profunda comprensión del alma infantil: el niño que quiere ser adulto.
·           9/7: la función política y social del maestro y la escuela.
·           25/7: la expresión del niño, su lenguaje y la acción de la sociedad.
·           29/7: exposición teórica sobre la concepción didáctica de la Escuela Nueva.
·           14/9: aprendizaje vivencial de la escritura.
·           24/9: la importancia de los adornos y la decoración.
·           26/10: reflexión sobre la educación y la religión.
·           4/11: excelente intervención para resolver un conflicto entre niños.
·           8/11: el teatro como medio de aprendizaje.
·           18/11: la importancia de la organización del espacio.




[1]  Le basta al maestro una sola frase para sepultar en la irrelevancia a todos los tecnócratas y verbalistas pelabógicos tan de moda en estos tiempos. La cita es de su autobiografía “Confieso que he enseñado”, p.89.

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